domingo, 4 de abril de 2010

A modo de aclaración

Cuando critico a las religiones y trato de desenmascarar sus mentiras, no lo hago porque quisiera (algo imposible, por lo demás) privar a la Humanidad de unas creencias que la hacen en muchos casos más feliz y le da esperanzador cobijo ante lo terrible de la muerte. Lo hago por mi amor a la verdad, mi adhesión a la Ilustración y el respeto a la inteligencia, muchas veces obnubilada por la opresión religiosa.

El pueblo siempre ha necesitado “pan y circo”, ha exigido diversión incluso en el marco de sus respectivas religiones. Esto ha sido así desde los sumerios a los hetitas, los caldeos, los babilonios, los asirios, los persas, los egipcios, los iberos, los griegos y romanos hasta nuestros días. La memoria de los pueblos se llama tradición. Hay que estimarla como un tesoro.

Hay ciertamente muchos valores que podrían sustituir a las farsas de las religiones y serían un sustento para la existencia humana, siendo los principales la libertad de pensar, de opinar y de informarse. En este sentido, Los Evangelios, si se saben leer y enseñar, suprimiendo todas las fabulaciones, mitos, leyendas, incluso mentiras, extrapolaciones y falsificaciones, serían la mejor fuente del saber hacer político, social y convivencial, el pivote de la esperanza en una Humanidad mejor, en un mundo habitable para todos. El conocido líder socialdemócrata alemán, Willy Brandt, tenía a Los Evangelios como la base del socialismo democrático, en especial “El Sermón de la Montaña”, (que en realidad es de origen egipcio, pero esto no viene ahora al caso). Pero si los custodios de Los Evangelios, los autoproclamados intérpretes de los mismos, desde el Papa hasta el sacerdote, no los respetan, los utilizan en su provecho y para engañar al pueblo creyente, ¿cómo evitar que esa Escritura que nos ha legado la Antigüedad, no sea comprendida en su profundidad más allá de milagros y profecías?

Para mí, Los Evangelios, como obra de grandes inteligencias, son el libro más bello de todas las religiones y merece ser patrimonio de la Humanidad, fuera del monopolio que ejerce sobre ellos un clero en demasiados casos poco ético, oportunista y con ansia de poder temporal a través del poder “espiritual”.

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