lunes, 14 de febrero de 2011

Pincelada: Cantos de sirena

Oír (escuchar) cantos de sirena“. = No hay que dejarse atraer por alabanzas engañosas que pueden significar la perdición de aquellos que sucumben a esas llamadas. Las sirenas son seres de fábula a los que se representa con rostro y torso de mujer y cuerpo de pez o de ave. Según la leyenda, las sirenas atraen a los navegantes con su canto que pierden el control de sus embarcaciones que se estrellan contra las rocas. Las dos leyendas más conocidas nos vienen de la mitología griega. Una de ella es la de Jasón y los Argonautas y la otra la de Ulises en la Odisea de Homero. En ambas aparecen las sirenas como protagonistas de una de las aventuras que en ellas se narran y también tienen en común a otro personaje, la maga Circe, que les aconseja cómo protegerse contra ellas para no zozobrar. Jasón y sus compañeros consiguen salvarse gracias al canto y al arpa de Orfeo, mucho más potentes que el coro encantador de las sirenas. En cuanto a Ulises, de regreso a Itaka después de muchos años de aventuras y prevenido por Circe de lo que le podía suceder a él y su tripulación si no eran capaces de sustraerse a la atracción de su llamada, ordenó a los marineros que se tapasen los oídos con cera. Sin embargo, él quiso saber cómo sonaba ese canto tan peligroso del que todo el mundo hablaba y, para poder hacerlo sin peligro, se hizo atar con gruesas cuerdas a uno de los mástiles. Como sus compañeros de viaje no podían escucharle debido a la cera que sellaba sus oídos, se hartó de gritar en vano para que le desatasen cuando su nave pasó cerca del lugar donde se encontraban las sirenas. De esa forma, Ulises fue capaz de relatar más tarde la tortura que para él supuso no tirarse al agua al captar el hechizo de sus voces. La leyenda dice también que cada vez que una tripulación conseguía vencer la tentación y proseguía su camino, una de las sirenas tenía que morir. En el caso de Ulises le tocó el turno a Parténope, cuyo cuerpo sin vida fue arrastrado a una bella playa mediterránea, donde fue enterrada. Ahí nació la ciudad que llevaría su nombre y que, siglos después, tomaría el nombre de Nápoles.

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