viernes, 20 de mayo de 2011

Pincelada: ¡El tiempo, oh el tiempo!


Llevo unos días que no soy yo. Cuando vivía en Alemania al menos le podía echar la culpa al „föhn“ o „foehn“, ese viento característico de los Alpes, al mismo tiempo secante y caliente, que disloca el organismo humano y hace que el que lo sufre se sienta como si estuviese montado en un carrusel. Trastornos del ritmo de los patrones de sueño, migraña, mareos, e, incluso, angustias, que llegan a convertirse en nauseas, están para los afectados a la orden del día.

Yo, que tantos problemas tenía con el dichoso viento en Baviera, me sentía completamente a salvo de él cuando pasaba mis vacaciones en España, que solían oscilar entre las dos y tres semanas. Tampoco tuve demasiadas dificultades con los cambios climáticos desde mi regreso a mi país de origen. Alguna vez, no lo voy a negar, sobre todo cuando el viento sopla más fuerte de lo normal, me suelo sentir rarita, con dolor de cabeza y un poco vacilante, pero no hay color de cómo me sentía “navegar” allí en Alemania.

Pero en este último mes todo parece haber cambiado. La tempestuosas lluvias, las ráfagas de viento y, como si eso no fuese suficiente, los terremotos, no paran de azotar nuestro país. Y mis dolencias han vuelto a aparecer.

España tiene muchas cosas buenas, pero debido a su anquilosado sistema sanitario, los métodos de muchos de sus médicos se han quedado, desgraciadamente, un tanto obsoletos, sobre todo por lo que respecta a terapias alternativas (al no reconocerse oficialmente este tipo de métodos curativos o paliativos) y al estudio de fenómenos que conciernen la relación entre algunos trastornos psicosomáticos originados por los cambios climáticos.

Nacidas de la necesidad de la población (uno de cada dos alemanes sufre los efectos de los cambios de clima), se fundaron en Alemania desde hace bastante tiempo cátedras de climatología que demuestran que cualquier ser viviente, ya se trate de personas, animales o plantas reacciona de alguna manera ante los cambios de tiempo. No se trata de ningún mito, sino de un fenómeno comprobado. Así, por ejemplo, uno de los síntomas más típicos en humanos es el dolor de huesos, sobre todo en aquellas partes del cuerpo que han sufrido alguna fractura. Los más sensibles sienten los cambios atmosféricos mucho antes de que se produzcan las primeras oscilaciones. Lo peor es que, según estudios iniciados por las compañías aseguradoras, precisamente en esas fases críticas aumentan los accidentes de tráfico.

Sería interesante saber qué aconsejan los expertos para paliar, al menos parcialmente, los desagradables efectos que conllevan los cambios de tiempo. Y la verdad es que no son demasiado convincentes, porque lo mismo sirven para un roto que para un descosido: una buena alimentación rica en frutas y verduras; complejos multivitamínicos; infusiones de melisa, pasiflora o valeriana por la noche; duchas escocesas; algún tipo de deporte suave (nadar, correr, yoga o largos paseos) varias veces a la semana y, para aquel que lo soporte, de vez en cuando, una visita a la sauna o al baño turco. Por experiencia propia, les puedo decir que lo único que alivia mis males es una vulgar aspirina, acompañada de una cataplasma muy fría, con algunas gotas de concentrado de menta o eucalipto, sobre la sien. Pero lo mejor, como estamos en primavera, es mostrar al mal tiempo, buena cara.
Margarita Rey

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