martes, 7 de febrero de 2012

Pincelada: Garra rufa


Me enteré por primera vez de su existencia a través de una amiga mía, aquejada desde hace años de psoriasis. La pobre, en su afán por encontrar alivio a su desagradable enfermedad, se había recorrido todos los balnearios habidos y por haber. Sus viajes la habían llevado incluso al Mar Muerto, pero el éxito había sido casi nulo. Hasta que oyó hablar de las termas de Kangal, un pueblecito perdido de la Turquía profunda, al que llegar es ya una aventura de por sí.

Allí tratan a los pacientes con unos pececitos de 2 a 10 cm de largo según edad, los llamados “garra rufas” (cyprinion macrostomus), cuyo hábitat son las aguas de los manantiales que alimentan los baños termales del balneario, cuya temperatura se mantiene constante entre 36 y 37º. Al parecer, al principio no resulta nada fácil acostumbrarse al tratamiento que consiste en sumergirse en el agua plagada de peces que mordisquean la piel enferma. Una vez habituado, la sensación de micromasaje se convierte en algo bastante agradable. Durante el tratamiento, sin efectos secundarios, están prohibidos los medicamentos.

Lo cierto es que a mi amiga la cura le fue muy bien, aunque me comentó que el balneario era bastante cutre y su confort dejaba bastante que desear.

Pero si hoy saco este tema a colación no es para escribir sobre enfermedades de la piel, sino más bien para comentarles la moda actual de utilizar a los garra rufas en los institutos de belleza, para ser más exactos para hacer un peeling natural de los pies.

Hará ya unos meses que se habló de los pececitos de marras en un reportaje de televisión, de esos que tratan sobre españoles que viven en sitios exóticos, sobre Tailandia. Después, haciendo zapping, no hace mucho vi casualmente otro programa sobre moda y cosmética, en el que un Spa de alto copete ofrecía a sus clientas la posibilidad de librarse de sus pieles muertas bañando sus pies en contenedores repletos de hambrientos garra rufitas.

Lo cierto es que, buscando documentación sobre el tema, me enteré de que estos peces de la familia de los ciprínidos provienen de Oriente Medio (Turquía, Irak, Siria), donde habita en ríos y lagos de agua dulce y cristalina . Al garra rufa se le conoce vulgarmente como “pez doctor” (doctor fish) debido a sus propiedades terapéuticas. Su boca carente de dientes y en forma de ventosa es lo que le permite tratar al paciente sin producirle ninguna herida. Además, el pezqueñín segrega una enzima especialmente indicada para la curación de la psoriasis, la antralina o dithranol, que además tiene la cualidad de rejuvenecer la piel. A esos cuidados de la piel se les conoce como “ictioterapia”.

Como los garra rufas son una especie protegida, los pececillos que se encuentran por aquí proceden mayoritariamente de piscifactorías de Israel o, incluso, de Tailandia. Pero también hay imitaciones procedentes de China, los peces chin chin yu, con las que hay que tener mucho cuidado porque estos peces chinos son pequeñas pirañas con afilados dientes que, junto a la piel que se desea eliminar, se llevan algún que otro bocado de carne, produciendo heridas que se pueden fácilmente infectar. Se les distingue de los auténticos por su color amarillo (el “pez doctor” es gris). Por ello, si se tienen dudas sobre la procedencia de los garra rufas, no está de más requerir un certificado de origen antes de someterse a este tipo de exfoliación ecológica.

Y como todas las técnicas innovadoras tienen su precio, una sesión de podología natural “garra rufera” de media hora viene a costar unos 40 euros, por lo que este tratamiento no está al alcance de todos los bolsillos. En Alemania, sin embargo, el seguro de enfermedad cubre esta terapia, siempre y cuando se utilice para paliar alguna dolencia de la piel como el eczema, el acné o la psoriasis y no para cuidados cuyo fin sea únicamente cosmético.
Margarita Rey

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