miércoles, 25 de abril de 2012

Pincelada Robos famélicos



Después de haber vivido muchos años en el limbo de los justos, de habernos creído por culpa de los bancos y por ceguera propia que éramos ricos, ahora nos vemos confrontados con la cruda realidad: todo era un sueño que se ha desvanecido de un día para otro y que ha resultado ser, muy a nuestro pesar, una versión moderna del cuento de la lechera.

Actualmente estamos llegando a extremos insospechados. La crisis se está cebando en familias que hasta ahora se creían “clase media”, donde el marido o ambos cónyuges tenía(n) un trabajo fijo que les permitía pagar la hipoteca, los plazos del coche, las vacaciones y las saliditas con los amigos los fines de semana.

Ahora, sin embargo, el paro se ha ensañado con una gran parte de la población hasta el punto de empobrecerles. Así, ante la imposibilidad de conseguir trabajo, muchos no ven otra alternativa que el hurto o robo famélico para intentar sobrevivir. Son en su mayoría actos de desesperación como último intento para dar de comer a sus hijos en estos duros tiempos de apuro económico.

También en poblaciones tradicionalmente agrarias, este tipo de robos –considerados jurídicamente como hurtos– se han multiplicado. Conejos, gallinas y pollos suelen ser el botín que esos delincuentes atípicos suelen sustraer de las granjas para que acaben sus días en la cazuela y alimenten a toda la familia.

Lo que llama más la atención es que los damnificados casi nunca denuncian los robos, por mucho que las autoridades locales les insten a hacerlo. Y es que a muchos les da vergüenza ponerles las cosas más difíciles a unos pobres diablos cuyo principal delito consiste en haber perdido su trabajo.
Margarita Rey

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