miércoles, 9 de mayo de 2012

Pincelada: Españoles (I)


Las elecciones presidenciales en Francia han vuelto a atraer la atención de la opinión pública española, y más de uno se habrá preguntado: “¿Por qué nosotros no somos Francia? ¿Va a resultar que es verdad eso de que África comienza en los Pirineos?”

Como todo en la vida, la Historia de un país es una suma de casualidades, en las que los humanos solemos intervenir como comparsas, aunque nos creamos protagonistas.

En la Antigüedad, España era prácticamente el fin del mundo. Historiadores, como el griego Herodoto, escribieron de un remoto país con dos columnas (las columnas de Hércules), que cerraban el paso más allá del Mediterráneo conocido. Herodoto también hablaba de un reino en aquel país, de una inmensa riqueza, Tartessos o Tartéside (griego: Tartococ, latín: Tartessus). La verdad es que todavía hoy no se tienen detalles precisos sobre aquel reino. Pero los rumores llegaron a oídos de los fenicios, un valiente pueblo dedicado al comercio, cuya cuna algunos sitúan en Tebas (Egipto/Grecia).

Los fenicios atravesaron las columnas de Hércules (Gibraltar) y, en el siglo IX a.C., llegaron al sur de España, donde, efectivamente, hallaron un reino como es descrito por Herodoto. Al parecer, Tartessos fue un ramal de lo que se estima los primeros habitantes de España: los iberos.

Hay que decir que, antes de los iberos, diversos clanes africanos de menor importancia (p.e. los turdetanos) se habían establecido en el sur de España y, anteriormente, en el primer milenio antes de Cristo, ya habían llegado a nuestro territorio otros pueblos indoeuropeos, los celtas, que se asentaron en lo que hoy denominamos “la España verde” (País Vasco, Cantabria, Asturias, Galicia, norte de Castilla y el norte de Portugal). Los celtas convivían por aquel entonces en el norte y en la meseta central con otros pueblos o tribus como los celtíberos (a los que pertenecían pueblos como los ilergetes, los carpetanos y los lusitanos), los numantinos, los astures, los galaicos, los cántabros y los vascones.

Los fenicios entablaron un intenso intercambio de mercancías con los iberos y colonizaron la costa peninsular oriental. Hasta que los griegos vinieron a hacerles la competencia y les gustó tanto la costa noreste del Mediterráneo (probablemente porque les recordaba a su tierra) que fundaron colonias como Rosas, Ampurias, Sagunto y Denia.

Los cartagineses, emparentados con los fenicios, pisan por primera vez la Península Ibérica en el siglo V a.C. y no vinieron en son de paz sino en plan imperialista, a explotar las riquezas naturales del territorio. Así, en el siglo III a.C. fundaron la ciudad de Qart Hadasht (en púnico “ciudad nueva”), también conocida como Cartago Nova, la actual Cartagena. Allí se construyó también un importante puerto con el único fin de comercializar mejor la plata expoliada en las minas cercanas a la ciudad.

Pero todo esto se terminaría cuando las dos superpotencias de la época, Roma y Cartago, se enzarzaron en unas largas y cruentas guerras por la hegemonía en el Mediterráneo occidental, las Guerras Púnicas. Se iniciaron en el siglo III a.C. finalizaron en el siglo I. a.C. con la victoria de Roma.

Los romanos llegaron a la Península Ibérica en el siglo III a.C. arrollando todo los que se opuso a su hegemonía en “Hispania”, en primer lugar, a los cartagineses, a quienes vencieron definitivamente en la batalla de Ilipa (209 a.C.), en el valle del Guadalquivir, que puso fin a la presencia cartaginesa en Hispania. Pero Roma necesitaría dos siglos más hasta poder hacerse con todo el territorio y someter a los pueblos del norte (galaicos, astures, cántabros y vascones) en las llamadas guerras cántabras.

Roma nos regaló una lengua (el latín), que es la base del portugués, el catalán y el castellano. Los romanos construyeron calzadas, puentes, acueductos, y trajeron su cultura. Por otra parte, como antes los Cartagineses, pero a gran escala, expoliaron las minas españolas y talaron millares de árboles. Se decía que en “Hispania” una ardilla podía recorrer España de norte a sur sin pisar el suelo.

Habrá que imaginarse cómo hablaban latín los españoles. Cuando el primer emperador hispano-romano, Trajano, se dirigió en la lengua del Imperio al pueblo romano, la gente se echó a reír. Sería algo así como Aznar hablando inglés.

Después, otros pueblos vinieron a Hispania (suevos, vándalos, alanos, godos y visigodos) que, en gran parte, conquistaron. Con la caída del Imperio Romano, los Visigodos establecieron su reino en Toledo y se instalaron definitivamente en el norte de Hispania.


(continuará ….)

M.M. / M.R.

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