jueves, 27 de septiembre de 2012

Religión: ¿Jesús casado? Por qué asusta esa idea (II)


“En el Vaticano, centro del imperio católico, nunca se aceptará que Jesús fue un hombre casado. Descuartizaría las bases en las que basa su vasto poder desde que el emperador Constantino consagró el cristianismo como fe oficial de su imperio. Para ello hubo de intervenir enérgicamente en favor de la facción que sostenía que Jesús era hijo de Dios, incluso él mismo Dios y uno de los componentes de la ahora llamada Santísima Trinidad.

La principal consecuencia de la intervención de Constantino fue, sin embargo, la conversión de los cristianos en un poder con vocación de dominar el mundo con un Estado propio en la sede misma del ya caído Imperio Romano. Nada de eso pudo imaginarlo el fundador. Como dijo el clásico, Jesús anunció el Reino de Dios, y lo que vino fue la Iglesia, con poder, influencia y lujos sin cuento.

El emperador intervino —Concilio de Nicea, año 325— para poner paz entre disputadores teológicos, pero la realidad fue bien otra. Allí se engendraron incontables guerras de religión, terribles persecuciones —los hasta entonces cristianos perseguidos se iban a convertir en feroces perseguidores— y tiempos de inquisiciones y autos de fe. Voltaire calculó en su tiempo que la religión había causado un millón de muertos por siglo.

Eran la consecuencia de otra proclamación conciliar, de arrogante ignorancia: la que sostuvo hasta hace 50 años que “fuera de esa Iglesia no hay salvación” (Concilio Ecuménico de Florencia, 1442), con estas palabras: “La Santa Iglesia Romana cree firmemente, confiesa y proclama que nadie fuera de la Iglesia católica, sea pagano o judío, no creyente o separado de la unidad, participa de la vida eterna, sino que cae en el fuego eterno que ha sido preparado por el demonio y sus ángeles, a no ser que se incorpore a ella antes de la muerte”.

Quinientos años después, el Vaticano II reconoció la libertad de conciencia y de religión en una declaración que cayó como una bomba en el nacionalcatolicismo español. Es más, en 1999 el papa Juan Pablo II aceptó en voz alta lo que los mejores teólogos venían sosteniendo con mucho riesgo de anatema: que el infierno y el cielo no existen como tales lugares, sino que son meros estados de ánimo: el infierno, estado de ausencia de Dios; el cielo, de compañía con Dios.

Impuesta la tesis de que Jesús es Dios —e hijo de Dios—, ¿cómo sostener que se hubiese casado con mujer terrenal e incluso que tuviese hijos? No podía ser. Dios no se casa. La fórmula fue radical: la proclamación de unos pocos escritos canónicos (cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, el Apocalipsis) y una radical eliminación del resto de los escritos, varios de ellos también conocidos hasta entonces —y ahora— como evangelios, a ser posible en el fuego. Bastante tendrían con soportar el hecho incontestable de que quien ahora pasa por ser el primer Papa —el pobre pescador Pedro— estuvo casado y tuvo dos hijos.

“El papiro desvelado por Karen King confirma lo que teólogas y teólogos hemos afirmado hace tiempo”, sostiene Margarita Pintos, presidenta de la Asociación para el Diálogo Interreligioso. “En el siglo primero, la normalidad era que hombres y mujeres se emparejasen para tener descendencia, y más en familias judías que esperaban a un Mesías liberador. Pero identificar a esa mujer con María Magdalena es una lectura patriarcal. No podemos imaginar que una mujer por sí misma, sin referencia a un varón, sea libre, independiente y depositaria del anuncio de la Resurrección. Siempre que aparece un documento que pone a Jesús en relación con alguna mujer, se la quiere identificar como su madre, su esposa, su amante, etcétera. Las mujeres que vivieron en la proximidad de Jesús fueron, seguramente, personas peculiares, con pensamiento propio, dispuestas a poner en práctica una noticia liberadora para sus vidas sometidas al orden patriarcal. En el discipulado igualitario de Jesús encontraron ese espacio para desarrollarse en libertad. Por su valía personal fueron depositarias del anuncio de la resurrección, predicaron en las ciudades del Imperio y a muchas les costó la vida”, añade la teóloga.

El escritor Jesús Bastante Liébana, que acaba de publicar "Y resucité entre los muertos. Diario íntimo de Jesús el crucificado" (donde se explaya en la relación entrañable entre Jesús y María Magdalena), recuerda que en las primeras comunidades cristianas, “cuando todavía el concepto Iglesia era muy discutido, se hablaba con naturalidad sobre si Jesús pudo o no estar casado y no se planteaba el celibato”.

“Jesús pudo estar casado y haber formado una familia. El modelo de familia defendido por el Evangelio tendría más peso si el mismo Mesías hubiera formado una. Durante años se dio por sentado que Jesús tuvo hermanos e incluso una compañera, que bien podría haber sido María Magdalena. Fue bastante después, atendiendo a criterios patriarcales, cuando la Iglesia acabó por institucionalizarse, cuando se cerró la vía de que Jesús hubiera podido tener una familia. La mujer era símbolo de pecado, y el celibato acabó imponiéndose como un modo de superioridad del hombre sobre la mujer. Ahí María, o la mujer de Jesús si tuviera otro nombre, no tenía cabida. Así se impuso la castidad como modelo de perfección, pese a que los eclesiásticos no han sido precisamente un ejemplo de cumplimiento”.

El teólogo Tamayo toma la idea de san Josemaría (“si Jesús hubiera estado casado pasaría a ser tropa”) para recordar que cada vez que los investigadores, sobre todo las investigadoras feministas, plantean la posibilidad de que Jesús estuviera casado, la jerarquía católica pone el grito en el cielo. “Lo hacen como si se tratara de una verdad de fe, cuando no pertenece al núcleo del cristianismo y resulta irrelevante en los evangelios, que destacan las excelentes relaciones de Jesús con las mujeres y de ellas con Jesús”.

Fuente: El País
Autor: Juan G. Bedoya

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