lunes, 14 de octubre de 2013

Atalaya: Gibraltar




Gibraltar será por mucho tiempo el “Peñón” de la discordia entre el Reino Unido y el Reino de España.

 
Parece ser que el último puyazo de Madrid a Londres (¿fue puyazo o sólo las diplomáticas formas de amistosa protesta?) no ha tenido muchas consecuencias. En mi retiro no me entero de nada y en la televisión (pública y privadas) el tema ha desaparecido como si nunca hubiese existido. Tal vez sería muy peligroso para Rajoy  insistir  en una solución, naturalmente no a bombazo limpio. La Roca no vale la pena. Pero, naturalmente, España no puede tolerar que los gibraltareños, una mezcolanza hasta de la India y de corte muy dudoso, la provoquen o se rían de ella.

 
A los ingleses, en realidad, no les importan mucho los gibraltareños. Lo que de verdad importa a los británicos es la singular situación estratégica del Estrecho, para el caso pensable en un futuro de un conflicto entre Europa y el mudo árabe.

 
Lo que muchos no saben es que Franco, que tanto proclamó la pertenencia de Gibraltar a España, lo hacía de boquilla. Cuando surgían problemas internos en el régimen, el Caudillo lanzaba a un puñado de fanáticos falangistas para que protestaran frente a Gibraltar, pero con la orden tajante de no emprender ninguna acción hostil. Antes de acabar la Segunda Guerra Mundial, Franco había recibido garantías del premier británico Churchill y del general francés de Gaulle, de que los aliados no invadirían España para acabar con la dictadura, sino que estaban dispuestos a que colaborara en la Guerra Fría, contra los soviéticos, que ya iba apuntando en el horizonte. A cambio de ser tolerado, el Caudillo renunciaría a Gibraltar y cedería bases militares a las democracias occidentales. Eisenhower tomó posesión de las bases, que convirtieron a España en un portaviones atómico. A Franco le importaba su seguridad, no la del pueblo español.

 
Con este telón de fondo se entiende la negativa, no esperada por Hitler en Hendaya, por parte del correligionario español, de que tropas alemanas entraran en España y se apoderaran de Gibraltar, crucial para la lucha en el desierto. Hitler montó en cólera. Todo esto lo sé porque me fue referido por el Dr. Paul Schmidt, intérprete jefe del ministro alemán de asuntos exteriores, von Ribbentrop. Schmidt participó como intérprete en la reunión. Aclararé que fui durante unos años asistente de las clases de interpretación simultánea del Dr. Schmidt, director del Instituto.

 
Los grandes engañados fueron los republicanos españoles, que lucharon con los franceses en la división acorazada Leclerc y que fueron los primeros en entrar en París y hacer prisionero al alto estado mayor nazi. De Gaulle había prometido que después de liberada Francia liberarían a España.
 
 

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