viernes, 22 de noviembre de 2013

Atalaya: La blasfemia



 
 
España es uno de los países mediterráneos donde más se blasfema. Preferido para el improperio es el “Ser Supremo”: “¡Me c… en Dios!” Eufemismo: “¡Me cago en diez!”.  Parece  que la blasfemia es exclusiva de los hombres. Se oye muy poco blasfemar a las mujeres. Pero las mujeres también hacen uso del español soez, que puede escucharse incluso en la televisión (sobre todo en las telenovelas realistas).
 
“Hostia” es una de las palabras católicas más pronunciadas. Tiene muchas acepciones nada religiosas: puede emplearse para expresar sorpresa, enfado, bofetada, golpe (en general). Como sorpresa también  se utiliza en plural: “hostias”, cuyo eufemismo es “ostras”. Para decir que alguien es el colmo, se usa: “¡Es la hostia!”.
 
Si aplicamos la lupa del psicoanálisis al fenómeno de la blasfemia, podríamos obtener los siguientes aspectos: La blasfemia es el desahogo de alguien que se considera impotente ante un adversario, o un descargue de adrenalina (por ejemplo, por una fuerte tensión interna). También denota la explosión de una intensa cólera o ira. El blasfemo, en general, no piensa realmente en que está mancillando lo sacrosanto, quizás incluso sea un creyente. Pero precisamente por su religiosidad recurre a la blasfemia como lo más afectivo, enérgico y expresivo que pueda proferir. Psicoanalíticamente, para algunos creyentes  blasfemar sería una especie de sadomasoquismo religioso.
 
Durante la dictadura, cuando se fundían Estado e Iglesia, estaba prohibida  la blasfemia, que podía ser sancionada con una multa o calabozo por el poder civil, siguiendo los deseos del poder eclesiástico. En bares y tabernas había letreros en los que se podía leer: “Se prohíbe blasfemar”. Ahora lo que se prohíbe es fumar, hasta en los concursos y debates en la televisión.
 
 

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