martes, 17 de diciembre de 2013

Atalaya: ¿Reforma o buenas intenciones?


Con su sencillez, el papa Francisco ha despertado el interés y la esperanza de millones de católicos y agnósticos en todo el mundo, de que por fin un Papa acometa la ardua y peligrosa reforma de  la Iglesia Católica, que Francisco abra de par en par las ventanas del Vaticano para que entre por fin aire fresco, que se lleve el polvo de siglos de iniquidades, de falta de sensibilidad social, sobre todo de cara a los pobres, aunque sea muy loable el trabajo de monjas  y sacerdotes en el Tercer Mundo, mal abastecidos, mal protegidos y mal remunerados.

Todavía, como en la Edad Media, sigue existiendo la arbitrariedad y prepotencia de la curia. Cardenales y obispos han de aprender que la vida de lujo no se corresponde con las enseñanzas del Jesucristo de los Evangelios. Han de renunciar a suntuosas mansiones, o a habitar algunos incluso en el Vaticano. También han de abstenerse  de  automóviles de alta gama con chofer, con el que en casos aislados son conducidos a  casas de lujosas “azafatas” fijas, mientras los curas han de sufrir de por vida el tormento sexual del celibato, que conduce a algunos “hombres de Dios” al acoso de menores. En este sentido, curas han ocupado página de periódicos, especialmente en Estados Unidos. Recordemos que el celibato no es un dogma por inspiración divina (“los caminos de Dios son inescrutables”, algunos de estos caminos conducen ante el juez), sino una medida de los ricos jerarcas medievales de la Iglesia para impedir que los sacerdotes contrajesen matrimonio y tuviesen descendencia,  que  pudiera reclamar su herencia del  ingente patrimonio, al que la Iglesia, sobre todo en España,  se aferra como su propiedad por los siglos de los siglos.
 
Otra reforma, aparte de la financiera, es que haya Iglesias,  como la nacionalcatólica española  que utilizan su poder para mantener la dependencia del Estado de la confesión católica. En España es irrenunciable el laicismo, que no es lo mismo que ateísmo. Laicismo significa separación de la Iglesia del Estado. Este poder sobre la sociedad e incluso sobre gobernantes supersticiosos (léase atentamente la Historia de España desde los visigodos hasta nuestros días) incidió también en la última tragedia del pueblo español.
 
Los creyentes, pero también la gente en general, esperan otras muchas reformas necesarias, que fortalezcan en bien de los pueblos a una auténtica Iglesia católica, receptora y transmisora de las enseñanzas redactadas por los autores de los Evangelios. Que el destino depare larga vida al papa Francisco, que tanta ilusión ha despertado en el mundo.

 

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