martes, 11 de febrero de 2014

Atalaya: Violencia de género


 
Una de las más indignantes lacras de las modernas sociedades es la violencia contra las mujeres, en su mayoría asesinadas por sus compañeros o maridos. Los casos más sensacionales y macabros se dieron en Ciudad Juárez (México), con cientos de mujeres muertas a tiros en los años 90. El trágico problema se centra ahora en Ciudad de México con más de mil muertas desde 2011. Detenido uno de los asesinos declaró  ante el juez que mataban a las “hembras” por ser mujeres.  Violaciones, secuestros, palizas y asesinatos se dan también en la civilizada Europa.
 
En España, cada año comienza desgraciadamente con un feminicidio. Más de 50 mujeres perdieron  la vida en 2013 a manos de un compañero o un esposo. El perfil de los malhechores suele ser: alcohólico, drogadicto u otras psicopatías. En la última década murieron 700 mujeres por violencia de género.
 
Para la policía es muy difícil impedir la comisión de estos crímenes. Por una especie de síndrome de Estocolmo no pocas mujeres se niegan a denunciar a su agresor a la policía. Otras tienen miedo a que si denuncian a su torturador, éste sea puesto en libertad al día siguiente y se vengue de la denunciante. Es cierto que la ley puede prohibir al agresor acercarse a más de 100 metros de su víctima. ¿Pero quién impide al violento entrar en su casa, sobre todo si hay niños de por medio? Además es prácticamente imposible que se encuentre en el lugar un policía para vigilar que el violento cumpla con la orden de alejamiento. Se han inventado unas pulseras electrónicas para los tobillos, que permiten a la policía seguir el camino del delincuente. Pero es ilusorio creer que los agentes van a estar todo el tiempo mirando las pantallas de sus ordenadores. Ese sólo ocurre en las películas. Una posibilidad de evitar el maltrato e incluso el asesinato de una mujer es la colaboración de los vecinos. Si oyen gritos y golpes en una casa o un piso, los vecinos deberían llamar a la policía, que puede detener al agresor y posible feminicida.  Podría esperarse que un grupo de vecinos  penetren en la vivienda donde se está produciendo el maltrato y que reduzcan al agresor. Pero la colaboración ciudadana no puede esperarse en todos los casos. ¿Quién no tiene miedo a recibir una puñalada o un tiro?
 
En los casos de los maltratadores y violadores es la ley la que ha de poner freno a las torturas y asesinatos, imponiendo  duras penas, que han de cumplirse en su totalidad, sin ninguna posibilidad de indulto. La puesta en libertad de terroristas  y de violadores en serie, como el individuo conocido en toda Barcelona como “violador del Ensanche", ha hecho cundir la alarma social. El “indulto” se produjo en aplicación de la llamada doctrina Parot, que se basa en un dictamen del Tribunal Supremo (febrero 2006) por el que la ejecución de la totalidad de la condena comienza con las penas más graves y los beneficios se aplican individualmente  para cada una de ellas y no sobre el máximo legal de 30 años de permanencia en prisión. De este modo, una vez cumplida la pena más  grave, debe cumplirse la siguiente, y así sucesivamente hasta el límite legal, lo que alarga la estancia en la cárcel. (Fuente: “La Vanguardia").
 
La cárcel no es un “parking” donde se aparcan los elementos enemigos de la sociedad. El papel principal de la prisión es reinsertar en la sociedad a los descarriados, proceder a su educación, fomentar la autorreflexión del sentenciado sobre el sinsentido de una vida criminal e incentivar el deseo de cambiar para vivir una existencia  en el marco de lo socialmente normal. En cuanto a los violentos contra las mujeres y  asesinos de mujeres (en su  mayoría psicópatas)  psiquiatras y psicólogos deben ocuparse de ellos. Sólo estos profesionales pueden juzgar si el preso está ya en condiciones de integrarse en la sociedad.  Pero, en mi opinión, el papel principal contra esta clase de delitos lo ha de jugar la ciudadanía, ayudando a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado siempre que puedan y que no pongan en peligro su integridad física. ¿Es tan peligroso llamar con el móvil?
 
 

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