miércoles, 25 de junio de 2014

Pincelada: El pueblo soberano



A raíz de la coronación de Felipe VI, que no lo va a tener nada fácil para reinar porque se va a tener que comer varios marrones que le han tocado dentro del pack que ha heredado de su padre, me he preguntado de dónde viene ese súbito republicanismo del que ahora se ha puesto tan de moda alardear. Y lo que más llama mi atención es precisamente el hecho de que muchos de los ciudadanos que más despotrican contra la monarquía son los mismos que, mientras sólo habían conocido el bienestar, habían estado más callados que en misa o incluso decían que no entendían nada de política. ¿O es que creen de veras que esa mayoría que hasta ahora ha votado como corderitos a los mismos políticos corruptos en la Comunidad Valenciana, en Andalucía, en Cataluña o en Galicia conoce la diferencia entre una monarquía parlamentaria y una república? Permítanme que lo dude.
 
Tampoco creo que algunas de las formaciones políticas que recurren a la frase “referéndum ya” y piden con vehemencia una consulta popular sobre “monarquía o república”  lo hagan sólo por amor  “al pueblo soberano”, ese eufemismo más falso que Judas con el que se les llena la boca a los políticos cuando se refieren a los votantes.
 
Voy a ser políticamente incorrecta. Para mí, eso de que la soberanía reside en el pueblo es una gran falacia. En teoría es así, pero la práctica es otra. Estoy plenamente convencida de que, a menudo, el pueblo llano, en su visceralidad,  no sabe lo que vota. Dos ejemplos flagrantes: el voto popular que, según la Biblia, concedió el indulto a Barrabás en lugar de a Jesús de Nazaret y, mucho más reciente, la aplastante mayoría que aupó a Hitler al sillón de canciller de Alemania.
 
Desgraciadamente, las decisiones que toman las masas en las urnas, ya sea por la propia ignorancia o por haber sucumbido a las promesas engañosas que los avispados estrategas que diseñan las campañas electorales ponen en boca del político de turno, las tenemos que sufrir todos los ciudadanos sin excepción durante cuatro años. Y eso lo saben muy bien los partidos políticos cuando utilizan un eslogan que repiten hasta la saciedad para que, al igual que los anuncios publicitarios que aparecen en la tele sobre esos detergentes que eliminan las manchas, nos entre bien en la mollera.
 
En contra de lo que muchos opinan, yo no creo que la democracia española esté madura para una república. Es más, creo firmemente que nuestra democracia está todavía en mantillas. Su inmadurez se demuestra en la emocionalidad con la que rellena la papeleta electoral, sin pensar en las posibles consecuencias del voto emitido. Así, gran parte de esas mismas personas que votaron en las últimas elecciones mayoritariamente al PP para castigar al PSOE por haber negado la crisis y por el comienzo de una política de recortes, salen ahora a la calle en “mareas” (blanca, verde y otras) para protestar contra los tijeretazos del PP en materias de sanidad, educación, derechos de los trabajadores, justicia y un largo etcétera. ¿Se creían de verdad esos pobres ilusos, que el PP iba a cumplir sus promesas electorales y devolverles de la noche a la mañana el bienestar que la crisis les había arrebatado? ¿No se pararon a pensar que si votaban a la derecha iban a ir de Guatemala a Guatepeor? Porque yo desde luego no recuerdo ningún gobierno del PP que se haya mostrado muy proclive a las reformas sociales. 
 
Al pueblo se le engaña fácilmente con discursos grandilocuentes que les dicen lo que quieren oír. A eso se le llama eufemísticamente “promesas electorales” que, como todos entretanto sabemos, están ahí para ser incumplidas. De manera que cuando los políticos electos tienen la mayoría y están bien apoltronados en sus sillones, esas “promesas” pasan en un abrir y cerrar de ojos a formar parte del baúl de los recuerdos. Para nuestra desgracia, las decisiones que esos “representantes del pueblo” toman a partir de ese momento afectan habitualmente al bienestar general.
 
Decía Nicolás Maquiavelo que “La política es el arte de engañar”. Por eso, a aquellos que han dado su voto de protesta a los superrepublicanos y superdemócratas de IU en las últimas Europeas, se les ha pasado por alto que ese partido formaba parte de ese grupo que no dijo ni mu en los consejos de administración de las Cajas de Ahorros y de Bankia, beneficiándose de los créditos de estas entidades. Así, cuando la debacle de Caja Castilla La Mancha, salió a la luz que IU adeudaba más de 340.000 euros a dicha Caja. Y en el caso de Bankia, IU había obtenido créditos por valor de más de 3 millones de euros, de los cuales 1,17 millones se encontraban en situación de renegociación al cierre de 2011. ¿Sería por eso que IU hizo la vista gorda ante la situación ruinosa de esas instituciones bancarias? Ahora, confiando en la corta memoria de la gente (recordemos aquí los pactos oportunistas con sus más acérrimos adversarios, el PSOE en Andalucía y el PP en Extremadura), tienen el desparpajo de pedir más transparencia a los grandes partidos y a la Casa Real, cosa que, por cierto, no me parece nada mal, aunque para ser creíbles deberían predicar con el ejemplo.
 
En cuanto a Podemos, a lo largo de mi ya bastante larga y azarosa vida he aprendido a desconfiar de los populistas, que prometen el oro y el moro. Y eso es lo que hace esa nueva formación política, de carácter asambleario, convertida en un fenómeno mediático que ya tiene antecedentes (en Italia, con el movimiento Cinque Stelle del cómico Beppe Grillo y en Grecia con Syriza), surgidos también de la decepción de la ciudadanía ante el fracaso de los grandes partidos, que no han sabido dar respuestas a tiempo a los problemas de la sociedad actual.
 
A mi modo de ver, hay debates mucho más importantes que el referéndum entre Monarquía o República (en otro momento les comentaré más detenidamente mi opinión sobre ese tema) y problemas mucho más acuciantes en nuestro país que piden a gritos su resolución, todos ellos derivados de la recesión y el paro en los que nos vemos sumidos, debido a la crisis económica mundial en general y a la burbuja inmobiliaria en particular. Y la República no los solucionaría, por mucho que algunos se empeñen.
 
Un debate tan importante no se puede hacer en caliente, todo lo contrario. Las prisas son malas consejeras y favorecen casi siempre a los “flautistas de Hamelín” que intentan sacar partido de las circunstancias. Aún a  sabiendas de la delicada situación en la que nos encontramos, aprovechan el momento para pescar votos en el río revuelto del enfado y la frustración de la ciudadanía y llevar el agua a su molino, cueste lo que cueste. ¡Y después de ellos, el diluvio!

Margarita Rey
 

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