miércoles, 22 de octubre de 2014

Atalaya: Una buena noticia


En toda España ha sido acogida con alegría la curación de la enfermera auxiliar, Teresa Romero. Como suele ocurrir, las autoridades responsables, en vez de hallar fallos en su gestión, acusaron a la enferma de haber contraído la enfermedad del ébola por negligencia. El letal virus llegó a España con dos  misioneros españoles en Africa, Miguel Pajares y Manuel García Viejo, que habían contraído el virus en Liberia y Sierra Leona respectivamente y, al sentirse morir por la enfermedad africana, pidieron ser repatriados, cosa que hizo el Gobierno para cumplir la última voluntad de los religiosos y complacer a la todopoderosa Iglesia católica española. Los misioneros -primero Pajares y poco después García Viejo-, fueron traídos a España con escasas medidas preventivas en aviones militares medicalizados, que aterrizaron en Torrejón de Ardóz (Madrid). Así empezó la pesadilla del ébola.
 
El Consejero de Sanidad de Madrid y la propia ministra de Salud, Ana Mato, demostraron no tener ni idea de cómo gestionar tan grave crisis cuando se supo que Teresa, la auxiliar de enfermería que se presentó voluntaria para atender a los dos misioneros, se había contagiado. De prisa y corriendo fueron puestas  en cuarentena 4 personas, el personal de la ambulancia convencional que transportó a Teresa y, en el  último momento, fue desinfectada  la ambulancia donde, entretanto, se habían realizado varios servicios. Los sospechosos de tener ébola fueron trasladados del hospital La Paz al Carlos III, que había sido desmantelado a raíz de los recortes en la sanidad madrileña, y que ahora está siendo reformado a toda pastilla, con las personas puestas en cuarentena dentro de sus habitaciones.
 
Pero no se puede ser en este caso demasiado injustos al valorar las medidas que se tomaron desde el ministerio de Salud y del Consejero del ramo en el gobierno autónomo de Madrid. Un equipo de seguridad fue por fin establecido.  Ébola asustó también a Estados Unidos, que estaban desprevenidos y que rogaron al gobierno español que se les facilitase el protocolo de las medidas preventivas, que por fin habían redactado las autoridades españolas competentes. Los norteamericanos también han sido autorizados a usar el aeropuerto de Torrejón de Ardóz  para la inspección de personal, pasaje y avión, procedentes del África subsahariana. Y Alemania tuvo que revisar rápida y rigorosamente su plan de prevención.
 
Ébola, el mortífero virus del África negra, tendría que servirnos de lección de lo esencial que es la cooperación en el caso de enfermedades letales de todos los países. En un mundo como el actual, intercomunicado y, por otra parte, desgarrado por guerras, guerrillas y el terrorismo, es urgente que nos demos cuenta de que, en el fondo, vivimos en “una aldea”, sobre todo por la movilidad de las personas, gracias a los modernos  medios de transporte. Un chino en Pekín puede estar mañana en Madrid, en la Plaza Mayor, bebiendo ese café con leche recomendado  por la todavía alcaldesa madrileña, Ana Botella.
 
Hasta ahora parece que ha pasado el peligro, aunque nunca se puede bajar la guardia. La única víctima inocente de ébola en España fue el perro de Teresa, sacrificado por las autoridades como posible foco de contagio.
 
 
 

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