domingo, 22 de febrero de 2015

Atalaya: ¿Qué podemos hacer?

 

 

Una auténtica democracia no precisa ni de golpistas ni de formaciones políticas, cuyo objetivo es, como se supone, cambiar al país según las ideologías que han ido recogiendo por esos mundos poco claros.

Lo que necesita España es que todos los partidos democráticos se pongan de acuerdo para acabar de una vez por todas con la indignante corrupción, debida no a la política sino a la suciedad que aún permanece del régimen predemocrático, ahora aumentada por la libertad de circulación de dinero y de mercancías. Los partidos han de expulsar sin miramientos a los corruptos y entregarlos a la justicia, para que ésta cumpla con su cometido en el tiempo más  breve posible, sin que  los imputados o acusados tengan la oportunidad de irse de vacaciones o buscar más apoyos en el poder, teniéndose además que suprimir tajantemente que el ejecutivo pueda presionar sobre el poder judicial.
 
La libertad, pedestal de la democracia, no significa que todo el mundo vaya a su bola, sino que todos los ciudadanos participen, desde sus distintos puntos de vista, al nacimiento de una sociedad responsable y colaboradora en la creación de un estado de Derecho y de Bienestar. También sirve la libertad para que los propios partidos se depuren de oportunistas y sinvergüenzas de todo calibre, que examinados más de cerca son los mismos, o sus hijos, que vitoreaban al dictador como ahora recurren siempre a la democracia para encubrir su carácter totalitario y mamar de la vaca del poder, sobre todo si éste es de derechas.

No haría falta un grupo, formación o partido nuevo para reformar a España si todos cumpliesen con su deber como ciudadanos libres y los gobernantes no utilizasen el miedo “a lo que pueda venir” para aumentar el número de sus votantes. Estos juegos maquiavélicos pueden acabar con la democracia, sobre todo si las fuerzas políticas buscan apoyos financieros en dictaduras bolivarianas, e incluso vendiendo programas de televisión a Irán -uno de los países islámicos más crueles del planeta-, en los que las señoras participantes en los debates tienen que taparse el escote para no molestar a los ayatolas.
 
 

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