viernes, 17 de julio de 2015

LEÍDO EN LA PRENSA





Entre el sinfín de posicionamientos de la Prensa sobre la durísima postura de Alemania en las negociaciones del posible tercer rescate a Grecia, José M. de la Viña escribió en su blog "Apuntes de Enerconomía", que publica en el diario digital El Confidencial, el siguiente comentario que, si bien algo largo, explica a la perfección y sin demagogias baratas la situación de agonía que están viviendo actualmente los griegos y cómo se ha llegado a ella:

"En 1953 Grecia y España perdonaron a Alemania la mitad de su deuda
Desde el nacimiento del euro, los tipos de interés han sido injustificadamente reducidos para las economías del sur de Europa con el fin único de propulsar el crecimiento de la Alemania unificada.
 
En el año 1953, mediante el denominado London Agreement on German External Debts, también conocido como el London Debt Agreement, la mitad de la deuda exterior de Alemania Occidental fue condonada por un grupo de al menos diecinueve países, entre los que se encontraban Grecia y España. Se trataba de aligerar la carga de su deuda con el fin de que pudiera crecer y recuperarse de la catástrofe por ella misma provocada durante la Segunda Guerra Mundial.

Tal acuerdo incluía la disposición de que Alemania Occidental pagaría solo cuando obtuviera superávit comercial, limitando los pagos a un 3% de las exportaciones alemanas. Constituía un incentivo para que los países acreedores importaran productos alemanes. Entre las draconianas disposiciones de la troika a Grecia, de momento, no hay ninguna cláusula que incentive nada bueno. Se considera a los propios griegos únicos responsables de su agónica situación, y pagarán por ello.
 
Desde el nacimiento del euro, los tipos de interés han sido injustificadamente reducidos para las economías del sur de Europa con el fin único de propulsar el crecimiento de la Alemania unificada. Tipos de interés incendiarios para las entonces recalentadas economías mediterráneas que provocaron, mediante los mecanismos perversos instaurados desde su inicio, la burbuja de deuda, pública y privada, que de momento somos incapaces de detener. El sur de Europa ha pagado con creces la modélica reunificación alemana.
 
Aprovechando la coyuntura del defectuoso nacimiento de la moneda única, bancos alemanes y franceses prestaron a Grecia, sin una evaluación seria de los riesgos, lo que esta alegremente demandaba. Sabían que jugaban con fuego y que los platos rotos los pagarían otros: antes o después traspasarían sus carteras envenenadas al sector público. Sabían que eran entidades sistémicas.

Los onerosos errores cometidos por tales bancos privados se repartieron a continuación a prorrata entre los ciudadanos europeos, vía los mecanismos de liquidez puestos en marcha para evitar una cagalera de mayor tamaño a la provocada por Lehman Brothers.

Hasta ahora, la troika solo ha ofrecido refinanciación a cambio de angustia, garantizando una terrible contracción económica que ha provocado que la carga de la deuda se convierta en un peso cada vez más insoportable, imposible de pagar nunca cualquiera que sea el crecimiento. España va por el mismo camino a pesar de los meandros actuales.

Tal vez sea ese miedo a ver la paja en el ojo ajeno en vez de la viga en el propio lo que hace que desde España los ataques hacia Grecia sean terriblemente crueles y despiadados. Se han visto en los medios decenas de bochornosos comentarios que causan rubor y provocan vergüenza ajena.

Se les ha acusado de país fallido desde la época clásica, de vagos y corruptos, y de no sé cuántas cosas más. Lo mismo podrían decir de nosotros. En Grecia, como en España, la mayoría de la gente es honrada, competente y trabajadora.

Eso no implica que ambas democracias estén enfermas y sus ciudadanos no hayan querido reconocer en las urnas la falacia democrática que protagonizaban. Su población cayó bajo el síndrome del nuevo rico que se merece todo por parte del Estado, de la ignorancia sobrevenida al pretender creer que el grifo público era ilimitado. Políticos irresponsables, sean de la casta en retirada o de la emergente, se han ocupado en cebar tal percepción. Son las terribles secuelas de la LOGSE y la ineducación acrítica triunfante.

No han (hemos) sido capaces de crear un sistema de poderes y contrapoderes que controlaran las instituciones, que promovieran una meritocracia política y económica en vez de esta tontocracia suicida y decadente donde los más incapaces de la sociedad, por no decir cosas más fuertes e ingratas, se las apañan por mandar siempre.
 
Mecanismos perversos que han levantado un sector público sobredimensionado, cada día más ineficiente y burocrático, que succiona recursos que deberían estar destinados a potenciar la economía real, pero que hoy por hoy le impide desarrollarse.

Los políticos griegos, por su parte, en vez de afianzar la economía real, dedicaron tal dinero a montar pesebres y diseminar privilegios, fomentar corrupción y regar el país con subvenciones indecorosas e infraestructuras absurdas a la manera española.

Todo ello, junto a un diseño absurdo e incompleto del euro que no garantizaba el rigor presupuestario de sus miembros, sin mecanismos de control financiero ni una política de tipos de interés por parte del Banco Central Europeo acorde con la situación interna de toda Europa y no solo de Alemania, ha llevado a Grecia (y a España) a la situación actual.

Cuando el asunto saltó por los aires, en vez de cortar por lo sano interviniendo o cerrando los bancos europeos culpables de incentivar irresponsablemente la burbuja de deuda griega (y española) expulsando a sus ineptos directivos, los mecanismos creados al efecto, ya todos públicos, proporcionaron financiación adicional a Grecia mediante la clásica patada hacia delante con el fin de ocultar las miserias propias, reembolsando los créditos a tales bancos delincuentes, para que se pudieran ir de rositas sin penar responsabilidades.

El primer rescate griego fue un rescate a Alemania y Francia realizado entre todos los europeos. Habrían tenido que ser ellos los que arrostraran el descalabro de sus entidades financieras virtualmente quebradas.
 
En España, por hacer lo mismo, las bicentenarias cajas de ahorros patrias, alegremente financiadas por la misma banca, pasaron a mejor vida después de una larga vida ejemplar. Siempre hubo políticos incompetentes, quizás no tantos como ahora. A pesar de ellos, las legendarias cajas de ahorros españolas fueron instituciones bien gestionadas hasta la entrada en el euro y su utilización partidista por parte de los acólitos domiciliados en diecisiete nacioncitas irresponsables a la manera griega.

¿Qué las destruyó en apenas ocho años cuando la materia prima en España había sido siempre igual de deficiente? Algo tendría que ver en todo esto el nefasto diseño del euro, del cual Grecia está pagando toda la factura cuando solo debería pagar la mitad o menos, si comparamos la situación de la Grecia actual con las circunstancias de Alemania hace 62 años, y el origen bien diferente de la deuda de ambas.

Los pecados originales de cada cual juegan en ligas diferentes. Alemania había iniciado dos guerras mundiales catastróficas. Que se sepa, la machacada Grecia no ha desencadenado ninguna. En 1953 el mundo fue generoso con Alemania Occidental. Pretendía no reincidir en los errores del Tratado de Versalles.

Grecia ha cometido múltiples errores. No lo niegan ni ellos. La troika, encabezada por Alemania, los ha acentuado al negarse a una quita a tiempo a cambio de la reforma de un Estado inviable, rigor presupuestario, reformas sensatas alejadas de la fracasada doctrina ultraliberal, y condiciones asumibles que les permitieran crecer, en justa reciprocidad a la gracia que Grecia (y España) tuvo con Alemania entonces.

¿Por qué Alemania es incapaz de corresponder con dignidad a Grecia? El referéndum del pasado domingo fue pasional más que político. Un desesperanzado derecho al pataleo. Reflejó el estado de ánimo de un pueblo abatido, sin futuro en ciernes ni horizonte en lontananza. EE.UU. lo pasó mejor durante la Gran Depresión.
 
Varufakis se autoinmoló a pesar de que ganó su opción. Lo que más fastidiaba a sus colegas es la demostración de que sabía más que cualquiera. Por eso no han tenido piedad. ¿Por qué no extrañan a nadie las palabras gruesas que ha dedicado a la troika, molestaran o no sus formas, gustara o no su sex-appeal, se estuviera o no de acuerdo con su ideología? ¿Tenía más razón que un santo con su argumentario? El tiempo lo dirá y las hemerotecas palidecerán.

Grecia está penando culpas propias y las de sus verdugos. España le seguirá antes o después. Si el euro no se rediseña, si las instituciones de la troika no recapacitan y se autoinoculan algo de decencia y generosidad, si no se reforman ellas mismas con sensatez de una vez, el sueño de Europa se desvanecerá.

Fuente: El Confidencial (elconfidencial.com)
Autor: José M. de la Viña
 
Es cierto, todos los gobiernos griegos han cometido gravísimos errores y han derrochado a manos llenas, sin acometer ninguna reforma, el dinero que les ha llegado de Europa. Los principales culpables fueron los partidos mayoritarios, de derechas y de izquierdas, que hasta hace poco más de seis meses se alternaron en el poder (Nueva Democracia y Pasok). Sin olvidar el clientelismo y la corrupción reinantes en todas las instituciones griegas. Todo eso ha llevado a Grecia a su situación actual. Pero responsabilizar de ello a Tsipras, que se ha encontrado con el pastel a su llegada al poder, me parece una auténtica barbaridad.
 
Al líder de Syriza se le puede acusar de muchas cosas, entre las peores la de  haber engañado al pueblo griego con promesas imposibles de cumplir. Tsipras, como diputado del Parlamento griego desde 2009, era conocedor de la situación del país y también sabía cómo se las gastan las Sra. Merkel y el Sr. Schäuble, que son los que llevan la batuta en esta Unión Europea de los mercados. Pero desde luego, no se le puede hacer responsable de la bancarrota de Grecia, como mucho, eso sí, de  irresponsabilidad en sus actuaciones. Tsipras, en su bisoñez, no ha sabido medir bien las fuerzas en el póker con Europa. Sus pueriles chapuzas han sido el detonante del corralito que tiene a los griegos angustiados. Así, no es de extrañar que ahora le estén pasando factura, en su partido y en la calle.
 
Con los exabruptos del Sr. Varoufakis y sus propias y extrañas actividades erráticas durante la negociación, que culminaron en la convocatoria de un referéndum (supuestamente para reforzar su posición frente al Eurogrupo y el FMI), lo único que ha conseguido Tsipras es enfurecer a los acreedores y debilitar su posición ante ellos. Ha tenido que recomenzar las negociaciones partiendo de cero y en peores condiciones que antes de ese órdago fanfarrón que fue el plebiscito, convocado a toda prisa, y con unas preguntas trampa al mejor estilo "Artur Mas". 
 
Pero si el propio FMI reconoce que la deuda de Grecia es "insostenible", ¿cómo se explica la implacable actitud de Merkel y Schäuble (que no ha ocultado que preferiría la salida "temporal" de Grecia del euro mejor hoy que mañana) en este tira y afloja? A menos que se trate de castigar a Grecia por razones políticas (¿ideológicas?) y por la hostilidad de la opinión pública alemana, azuzada por el diario sensacionalista BILD que, con más 3 millones de ejemplares vendidos y aproximadamente 12 millones de lectores diarios, lleva desde 2010 arremetiendo contra Grecia y no pierde ni un día la ocasión de caldear todavía más los ánimos desde que el odiado Tsipras ganó las elecciones.
 
Si los padres fundadores de la Unión Europea levantaran la cabeza, estoy convencida de que se volverían a morir de vergüenza al ver el monstruo en el que se ha convertido su bien intencionada creación.
 
M.R.

 
 
 

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