lunes, 20 de julio de 2015

Pincelada: Adiós Vinçon



 

Hace algo más de un mes que Ada Colau fue investida alcaldesa de Barcelona. Muchas promesas lleva en la mochila, entre ellas recuperar para los ciudadanos esa Barcelona secular, llena de clásicos comercios, que, hasta hace poco, habían conseguido sobrevivir no se sabe muy bien como, transportándonos a épocas pasadas.
 
Su número es ya contado, pues la mayoría ha acabado despareciendo, ya sea por jubilación o bien siendo pasto de la especulación inmobiliaria generalizada. En las últimas semanas hemos podido leer en la prensa la noticia de que también tiene que bajar la persiana El Ingenio, esa tienda emblemática de cabezudos, disfraces y artículos de circo, actualmente en liquidación.

Pero lo que más me ha impactado ha sido el inminente cierre de una empresa singular en toda España: Vinçon. Esa tienda única, yo creo que en todo el mundo, fue fundada antes de la guerra civil por dos socios, Hugo Vinçon, de origen alemán, y el judío Enrique Levi, como negocio al por mayor de porcelana, loza fina y cristalería. A principios de los años cuarenta del siglo pasado, los socios dieron el gran paso al instalarse como tienda de regalos en un edificio modernista del Paseo de Gracia, la milla de oro barcelonesa de toda la vida. Se trataba de un inmueble catalogado, construido en 1899 por el arquitecto Antoni Rovira i Rabassa para el pintor y caricaturista Ramón Casas. y en el que ocupó una vivienda el polifacético pintor y escritor Santiago Rusiñol.
 
Para mí, Vinçon es también una referencia de mi niñez. Recuerdo muy bien haber acompañado más de una vez a mi madre a finales de los 50 a escoger algún regalito de esos de compromiso (por aquel entonces, Regalos Hugo Vinçon era la tienda chic para listas de bodas). Y ya de paso, subíamos al principal, donde la conocida modista Asunción Bastida empezaba a dedicarse al prêt-à-porter en su atelier de costura. Mi madre, de muy buen gusto para la ropa, no podía permitirse tales dispendios, así que –para desgracia de las solícitas vendedoras que no paraban de revolotear a su alrededor – se dedicaba sólo a husmear para informarse de las tendencias y luego comentárselas a la modista mucho más modesta que, como a tantas señoras de la clase media de la posguerra, nos cosía la ropa. Me imagino los comentarios poco halagüeños del personal cuando salíamos por la puerta sin comprar absolutamente nada.
 
Recuerdo mi perplejidad cuando en un viaje a Barcelona, me parece que en el año 1989 o 1990, pasé por delante de los inigualables escaparates de Vinçon, reconvertido en la meca de los artículos de menaje de diseño y de decoración del hogar, amén de una sala dedicada exclusivamente a exposiciones de arte con más de 300 exposiciones en su haber.
 
Aunque no necesitaba nada, la curiosidad me hizo entrar en aquel templo repleto de objetos prácticos,  fuera de lo común y de un diseño revolucionariamente moderno. Por supuesto, su precio estaba en concordancia con su originalidad. Si bien, la verdad sea dicha, en su mayoría eran de fabricación europea. Como no podía ser menos, una vez dentro, subí por la espectacular escalinata al segundo piso para ver la espléndida chimenea y admirar el artesonado de los techos. No recuerdo muy bien por qué razón no se podía salir a la terraza interior. Al parecer, uno de los patios de luces más bonitos del Eixample derecho barcelonés desde el que se puede ver incluso parte de La Pedrera. Ni que decir tiene que, al final, también yo salí de allí con un par de esas maravillosas y características bolsas de Vinçon repletas de pequeñeces inigualables para regalar a los amigos a mi regreso a Alemania.

Desgraciadamente, la crisis se ha cobrado una presa más. En los últimos años pocos barceloneses de clase media podían permitirse el lujo de comprar en Vinçon y los turistas adinerados no acuden al Paseo de Gracia precisamente para comprar objetos prácticos de lujo, sino más bien para llevarse souvenirs de otro calibre, como pueden ser las joyas y los vestidos de marcas nobles nacionales e internacionales, todas ellas con ostentosas representaciones en ese famoso boulevard donde el alquiler de ese tipo de establecimientos cuesta lo mismo que en París o Nueva York.
 
Por eso mismo, los dueños de Vinçon no piensan vender sino alquilar su tienda. Les sale mucho más rentable y, además, mantienen la propiedad en familia. Habida cuenta de las trabas administrativas a la hora de rehabilitar edificios catalogados y considerados patrimonio arquitectónico de Barcelona, me pregunto qué empresa tendrá arrestos y contará con los suficientes medios para hacerse cargo de este maravilloso espacio interior modernista, de nada más y nada menos que 3.000 metros cuadrados, repartidos en una planta baja y un primer piso. Pero ya hay quien habla de que Amancio Ortega podría estar interesado en alquilarlo.
 
¡Adiós Vinçon!
 
Margarita Rey






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