domingo, 21 de febrero de 2016

Atalaya: El parto de los montes




Desde el 20D España está enmarañada en la laberíntica cuestión de quién va a gobernar a los más de 46 millones de monarcas que somos los españoles, cuando ni siquiera existe consenso de quiénes serán los partidos llamados a elegir al futuro jefe del Ejecutivo. El Rey, Felipe VI ha de armarse de paciencia. Para dar algún paso hacia adelante encargó con la formación de un Gobierno al secretario general y candidato del PSOE a la jefatura, Pedro Sánchez, sobre cuya cabeza penden ahora todas las espadas. El astuto  gallego Rajoy movió ficha con retranca al comunicarle al Rey que declinaba el encargo al no contar con los apoyos parlamentarios que le permitiesen aceptarlo .

Pese a ello, ahora parece no poder digerir el hecho de que nadie quiera celebrar conversaciones serias con él para formar un futuro gobierno. No falto de razón, pero no acorde con la realidad política española, Rajoy no se harta de hacer valer  una y otra vez en todos los foros, nacionales e internacionales, que el PP, como partido más votado,  debería gobernar el país y que lo ideal para afrontar los problemas de España sería una "gran coalición" entre PP-PSOE y Ciudadanos. Parece no querer entender que las demás fuerzas políticas están en su derecho de hacer pactos o coaliciones que anularían en este extremo la mayoría del Partido Popular, que no es la absoluta requerida.
 
Siguen pues la conversaciones, que, sin ningún resultado concreto, acaparan la actualidad española, a la par que el tema nacional por excelencia de la corrupción, que ya no pasa de largo ante el partido de Rajoy, que ve y oye sin ver ni oír, y menos hablar, como los tres conocidos monos de la “sabiduría”. Rajoy sabe que, tal vez exceptuado Ciudadanos (Albert Rivera), edición en piel del PP en cuanto a poderosos amigos como la Patronal, ningún partido, empezando por Podemos, consentiría en apoyar su candidatura. Podemos, cuyo dirigente, Pablo Iglesias, que es entretanto más conocido que el Papa Francisco, ya ha declarado por activa y por pasiva que jamás formará un gobierno con Ciudadanos (Ciudadanos tampoco con Podemos). No se sabe si de broma o en serio, en la distribución de los escaños fue colocado Podemos en el “gallinero”. Pablo Iglesias no lo permitió y exigió, no sin razón, un bloque compacto de sus diputados en lugar bien visible (por ejemplo, para las cámaras de televisión). Se hizo como quería el líder, ahora socialdemócrata. Los diputados de Podemos se sentarán al lado de los del PSOE.  No hay que olvidar que Podemos, como resultado de las últimas elecciones generales, es la tercera fuerza política (de izquierda radical) de nuestro país.
 
Poco podría esperar un candidato Rajoy de Podemos, su antítesis. Por eso Rajoy aboga por nuevas elecciones, lo más lejanas posible, para que el PP se recomponga, lo cual ya empieza a irritar a la paciente sociedad española. Si las elecciones se celebrasen en junio o en julio, él podría seguir gobernando provisionalmente, y tal vez habría cambiado para entonces el  escenario político y no precisamente en el sentido que proclaman Iglesias o Pedro Sánchez (PSOE), que en todas sus asambleas insisten, con razón, en que España necesita un cambio (hacia el progreso, Pedro Sánchez).
 
Sin Ciudadanos, que sólo admite un acuerdo (coalición) con un PP reformado, no es posible una mayoría absoluta. La táctica de Rajoy, que ve cómo entretanto la corrupción también se investiga en la propia sede del PP (calle Génova, Madrid), es aguantar hasta que descarguen las esperadas tormentas sobre la cabeza del ambicioso Sánchez en un congreso nacional del partido socialdemócrata. Los barones del PSOE están más bien de acuerdo con quienes rechazan  la línea con Podemos. Veteranos dirigentes y fundadores del nuevo PSOE (el viejo partido socialista español de Pablo Iglesias, el de hace más de un siglo) temen que, fallando los pactos para la transición, el PSOE se radicalice o se contagie del izquierdismo del partido del joven Pablo Iglesias.
 
En la ardua negociación para la formación del nuevo gobierno español, quizá caigan líneas rojas que impiden los necesarios acuerdos. Felipe González, que sabe mucho más de la (primera) transición de lo que ha explicado, no quiere una guerra de izquierda a derecha de su partido y mientras aconseja, apoya la solución de Pedro Sánchez. Ni en los medios de comunicación ni en los círculos políticos ha sido bien visto que Pablo Iglesias ya tenga formado en su caletre “su” gobierno, atribuyéndose él el cargo de Vicepresidente plenipotenciario, con unas atribuciones de coordinación y control que van mucho más allá de las funciones inherentes a ese cargo desempeñadas hasta ahora por la vicepresidencia. Eso sería como meter al enemigo en casa.  Un enemigo que podría hacer oposición al Presidente desde su cómodo despacho en La Moncloa. Más discreción don Pablo. No venda la piel del oso, antes de ser cazado.
 
Hasta ahora lo que estamos viendo es una serie de voluntades sin base sólida. Al final, el parto de los montes, un ratón: el PP, anegado en la corrupción y un Rajoy exultante por sus éxitos en las conferencias de la UE. Pero Bruselas y Washington están ya muy inquietos por la maraña española. Tanto el momento español como el internacional (Siria, Estado Islámico, Daesh) exigen a Occidente unidad y firme resolución. Hasta el presidente de EE UU, Obama, hizo hincapié en la unidad de España. Obama no se refería solamente al problema catalán, sino al poco halagüeño panorama en el Oriente musulmán, cada vez más radicalizado en su fanático islamismo.
 
Como cuarta potencia de la UE, Bruselas requiere una España renovada y cohesionada en su territorio. ¡Que concluya pronto el guiñol  postelectoral español! Si Rajoy da un paso atrás y se va pronto a su casa, mucho mejor.
 
 

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