lunes, 18 de abril de 2016

LEÍDO EN LA PRENSA


 


Cuando abrí El Periódico de esta mañana, me topé con un estupendo comentario de Carles Francino, ya saben, el popular periodista de la SER, a quien Iñaki Gabilondo cedió en 2005 el bastón de mando de Hoy por hoy cuando se marchó a presentar Los Informativos de La 4 y que, desde 2012, dirige y presenta La Ventana. Y, por si no le ponen cara, seguro que sabrán inmediatamente a quién me estoy refiriendo si les refresco la memoria con un hecho inusual en este mundo de lamec…. en el que nos ha tocado vivir: Carles Francino fue noticia como presentador de los premios Onda 2009, cuando se negó a entregar a Jorge Javier Vázquez el premio al mejor presentador del año por su impresentable programa "Sálvame". Por cierto, a pesar de su larga y exitosa trayectoria periodística, algunos sólo conocen a Carles Francino (Murgades) como padre del conocido (y muy atractivo) actor de televisión, Carles Francino (Navarro).
 
Volviendo al comentario de Carles Francino padre, da la casualidad de que yo opino exactamente como él. Desde que regresé a España después de haber vivido desde mi adolescencia en el extranjero, he sentido más de una vez esa “esquizofrenia”, a la que Carles alude. También he tenido que enfrentarme en no pocas ocasiones a esa estúpida pregunta de si me siento francesa o española, alemana o española o catalana o española. ¡Como si una ciudadana del mundo tuviese necesariamente que sentirse de alguna parte para poder existir! En mi caso, yo me siento un poquito de todos esos lugares donde  he vivido y he pasado mis mejores momentos. Todos ellos han influido, de una manera o de otra, en mayor o menor medida, a mi formación intelectual y a crecer y madurar como persona.
 
Cuando todavía residíamos en Alemania y Manuel yo nos estábamos planteando el regreso a España y nos preguntábamos en qué lugar íbamos a vivir después de su jubilación, yo lo tuve bastante claro: no quería que fuese ninguna gran urbe porque estaba hartita de las grandes ciudades y de todos sus inconvenientes. Quería un lugar que, sin ser pueblo, nos ofreciese buenas prestaciones sanitarias y donde todo estuviese a mano. Manuel se decantaba por Figueres, pero a mí echaban dos cosas para atrás, la primera esa desagradable tramontana que viene de los Pirineos y sopla de noviembre a abril. Ya había tenido la desgracia de conocerla de cerca cuando vivía en Perpiñán y, francamente, la idea de volver a soportarla no me motivaba en absoluto. La segunda, el problema lingüístico, al ser Manuel castellanohablante. Venía observando con gran preocupación los derroteros que estaba tomando la política catalanista, cada vez más radical, de Jordi Pujol, embrión del pro-independentismo que estamos viviendo en la actualidad, y no quería que mi marido, después de pasar 40 años en Alemania, se sintiese extranjero en su propio país. Así que, finalmente, la elección cayó en Albacete, ciudad en la que residen mis dos cuñadas y donde me siento como pez en el agua. Ahora, por ejemplo, sin ser albaceteña de nacimiento, soy de Albacete porque aquí me siento feliz y querida. Aunque, como en todas partes cuecen habas, también aquí, en el curso de alguna conversación y sin referirse para nada a mí,  haya tenido que oír alguna vez eso de “a mí los catalanes no me gustan”. A lo que yo siempre suelo contestar: ¿Y a cuántos catalanes conoce usted?
 
Pero valdrá más dejar ese tema, que me pone de mal humor, e ir al grano, es decir, al comentario de Carles Francino que, como ya he manifestado al principio, suscribo de pe a pa. Dice así:
 
“¿Una mierda de país?
Nunca sentí tan amenazada la convivencia en Catalunya como ahora
 
A lo mejor es la distancia. O la esquizofrenia de sentirse demasiado a menudo en tierra de nadie... Pero ya no entiendo casi nada. Llevo 10 años en Madrid, donde no solo he recuperado el amor por la radio, he echado de menos a muchos colegas de TV-3 y me he castigado un poco más el cuerpo por esa incurable enfermedad de jugar al fútbol; incluso me he casado y he tenido dos hijos preciosos. Pero siempre me ha quedado tiempo para mandar a la mierda a más de uno (pocos, sinceramente...) cuando sus comentarios sobre Catalunya o los catalanes me han parecido ofensivos. La catalanofobia no es un invento; existe, y es transversal, aunque no mayoritaria.

Pero lo que me tiene descolocado no es eso, sino las insistentes señales de que algo se está quebrando --no sé si de forma irreparable-- en la tierra donde nací. Hace tiempo que doy casi por muerta una relación política sana entre Catalunya y España (o el resto de España, para que nadie se moleste) y no voy a entrar ahora en las causas, pero nunca sentí tan amenazada como ahora la convivencia que más me interesa: la de las personas. ¡Al loro! Esto no es ningún canto apocalíptico, ni mucho menos una declaración de guerra. No voy a emular a los que utilizan frívolamente --o con mala leche-- las alusiones al nazismo o repiten el mantra de que el castellano está amenazado en Catalunya. ¡Manda huevos! Pero justamente por eso no creo que podamos anotar a título de simple inventario historias como la del famoso manifiesto del monolingüismo, los cipreses cortados al pobre Albert Boadella, la publicación de libros como 'Perles catalanes' (con su lista de ilustres 'botiflers') o la campaña feroz que algunos miembros --y miembras-- de la CUP tuvieron que soportar cuando la presidencia de la Generalitat pendía de un hilo.
 

JORNADA NACIONAL DE REFLEXIÓN
Creo, sinceramente, que necesitamos un 'reset'. ¿No sería posible convocar una especie de jornada nacional de reflexión? ¿Este es el país que queremos, sea o no independiente? ¿Militar en el PSC o en Ciutadans o en el PP te convierte en traidor a algo o a alguien? Si uno quiere selecciones catalanas pero se emociona con el gol de Iniesta en Sudáfrica, ¿es un catalán bipolar o blando? Un culé que no es antimadridista, ¿es imperfecto o tarado? Otro al que le encanta 'La serotonina' de Manel pero tararea 'Cuando aprieta el frío' de Sabina, ¿es sospechoso o incoherente? ¿Se puede cenar un día (¡¡¡solo un día!!!) sin  hablar del 'procés', ni que te pregunten cómo se ve desde Madrid (en Madrid me preguntan cómo se ve desde Barcelona). Y es más: ¿se puede pasar de patrias y banderas --las que sean-- sin que nadie te mire mal?

Vamos a ver, no sé exactamente por qué estoy escribiendo este artículo --igual es porque esta semana me han visitado los compañeros del programa 'El foraster' y lo hemos comentado--, pero sí que me sentiría peor si no lo hiciera. Porque no pretendo convencer a nadie ni estar en posesión de ninguna verdad, pero quedarme mudo tampoco me convence. Me han tildado de españolista en Catalunya y algunos me consideran proindependentista en Madrid. Así que desde la discutible autoridad que confiere recibir hostias de todas partes: por favor, ¿podríamos pensar un poquito más las cosas antes de decirlas o de hacerlas? Nos estamos convirtiendo en --o estamos fabricando-- enemigos entre nosotros mismos. Y un país de buenos y malos, se llame como se llame y tenga el régimen político que tenga, es una mierda de país. Yo no lo quiero”.

M.R.
 
Fuente: El Periódico (Tribuna)
Autor: Carles Francino



 
 
 
 

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