viernes, 28 de octubre de 2016

Atalaya: Libido y narcisismo





Lo que todavía es desconocido por la mayoría de los ciudadanos: vivimos manipulados por nuestra libido y su expresión más personal: el narcisismo. La libido es el factor psíquico que hace que nos sintamos atraídos por el otro o el mismo sexo y por determinadas cosas, que sólo al verlas nos producen placer. El narcisismo, creado por la libido como energía psíquica, exagera nuestra autoestima, haciéndonos excepcionales a nuestros ojos y no sólo a nosotros sino a todo aquello que consideramos nuestro. Así se puede comprobar en la existencia de grupos nacidos al azar, que sus miembros, por efecto de la libido, pronto consideran como los mejores, los insuperables de todos los demás grupos.  Si esto ocurre así, por ejemplo, en un autobús, cuando ya ha pasado cierto tiempo de marcha y los viajeros se convierten en una piña, que mira como inferiores a otros autobuses y a sus viajeros, ¿cómo no va actuar la libido y su producto, el narcisismo, en campos mucho más importantes para la convivencia humana como son las grandes organizaciones como la nación, la bandera, los partidos políticos gérmenes del nefasto nacionalismo o patriotismo excluyentes, sin olvidar degeneraciones de la libido, que también existen, sobre todo, en las religiones que crean fanáticos y terroristas?
 
Existen muchos ejemplos de cómo actúa la libido mediante el narcisismo  grupal. Los uniformes y otros símbolos sirven para la cohesión libidinosa del ejército o la policía. También en los grupos de jóvenes los piercings y los tatuajes, al igual que los peinados (pelopincho,  por ejemplo) y la indumentaria, son instrumentos del narcisismo alimentado por la libido para la consistencia del moderno estilo de vida, tan apartado de los mayores.

Tanto en la publicidad como en la propaganda política se hace uso de la libido y del narcisismo, siendo fundamentales en la política las siglas del partido y sus insignias. Las compañías publicitarias disponen de psicólogos expertos en manejar la libido y el narcisismo como una red invisible que atrapa al consumidor con señales ocultas, que apuntan a la autoestima y al “amor libidinoso a sí mismo”. Si se analizan bien los anuncios, sobre todo en la televisión, estos, con una presentación muy agradable, que despierta a la libido, llevan oculto el mensaje narcisista, penetrante, de manera que el consumidor se siente realzado en su libidinosa autoestima. Comprando el reloj X o, pongamos por caso, el detergente Z, que quita todas las manchas, el incauto, engañado por su libido y narcisismo, se cree perteneciente al grupo exclusivo, superior a los demás, que proclaman los anunciantes. Fíjense, por ejemplo, en los anuncios de los modernísimos automóviles o de las compañías de los móviles, con sus “ofertas especiales”, que ensalzan a los que se deciden por adquirir los móviles, “casi gratis”, y, sin decirlo expresamente, desdeñan como inferiores a los que utilizan otros móviles u otras líneas.
 
La libido y una de sus equivocadas expresiones individuales o colectivas: el narcisismo, ha sido en algunos terribles casos, como la Alemania nazi, el culpable de guerras y de genocidios. El nazi alemán, siguiendo a uno de los mayores monstruos de la Historia, el pintor austriaco, nacionalizado alemán, Adolf Hitler, participó en el holocausto, sin el menor arrepentimiento, por la convicción de ser superior al resto de la Humanidad. Su perverso narcisismo creía actuar para el ensalzamiento de Alemania, como la raza suprema. Hoy todo el mundo sabe, incluidos los alemanes, que todos los europeos somos mestizos por los genes de un sinfín de etnias distintas. El propio Hitler comentó a Göring, a Himmler, y a Goebbels, es decir, a su círculo más estrecho, que “todos sabemos que ninguno de nosotros es ario. De lo que se trata es de purificar al pueblo alemán.”  Para los alemanes nazis era como una embriaguez de narcisismo, ver a Hitler aclamado por las multitudes, los imponentes desfiles de las SS con antorchas y el clamor de las masas identificadas con la cruz gamada (svastika). También el pueblo español ha vivido, en otra escala, el narcisismo creado por la libido desviada: el golpe de Estado del general africanista, Francisco Franco y su brutal dictadura, después de ganar la guerra, en gran parte por la ingenuidad del socialista Julián Besteiro y del general Casado, que entregaron la República a Franco en 1939, después de que el felón general hubiese prometido una rendición entre caballeros. Besteiro murió tuberculoso en la cárcel. También el narcisismo de las masas se vio fomentado por la tramoya fascista, en parte copiada de los nazis.  Una mayoría no absoluta de los españoles se hicieron franquistas.
 
Existe también el narcisismo ideológico fomentado por las muestras de poder militar y por los signos exhibidos masivamente. Aún hoy el PP se niega a cumplir la ley socialista de cambiar la nomenclatura de  muchas calles españolas de signo fascista. Todavía existen plazas con el nombre del generalísimo Franco, de José Antonio o del general Mola. Tampoco, con casi cuarenta años de democracia, nadie quiere (PP) o se atreve a cambiar de signo el faraónico Valle de los Caídos, para convertirlo en recuerdo de todas las víctimas, de uno y otro bando, colocando delante de la cruz la leyenda: “Nunca más”.

Hay otros muchos casos de libido y narcisismo inocuos, por ejemplo la presentación de libros, periódicos y revistas, que también invierten considerables sumas para conseguir una exposición agradable, atractiva, con la que pueda identificarse la persona a través de su libido y de su narcisismo.





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