viernes, 17 de noviembre de 2017

NUESTRA LENGUA: La horma de su zapato






Aquellos eran tiempos cuando los productos los hacían los artesanos y no las máquinas. Cuando no existía aún la producción en serie y los artículos no eran anónimos, sino que tenían, por decirlo así, una personalidad propia, la del artesano que los elaboraba pacientemente en  su taller.
 
Muchos de ustedes aún recordarán al zapatero de la esquina, a quien medio con burla medio con afecto llamábamos el zapatero remendón. Sus zapatos nos duraban toda la vida. Cuando se desgastaban y agujereaban las suelas, nuestro zapatero nos ponía medias suelas nuevas en un periquete; lo mismo hacía con los tacones e incluso con los zapatos enteros, si éstos estaban ya cochambrosos. Nos los dejaba como nuevos. Aún no conocíamos la sociedad del consumo, la sociedad de usar y tirar y volver a comprar. Los productos que se fabricaban entonces estaban hechos para que durasen. Ahora, no deben durar demasiado, pues ello supondría menos producción y, por lo tanto, menos beneficios y menos puestos de trabajo.
 
Nuestro zapatero, con su lezna, sus cuchillas afiladas que cortaban el cuero o la goma como si fuesen rebanadas de pan, con su mandil grasiento que olía a sebo, a  betún y a sudor, era todo un filósofo que nos decía grandes verdades, esas verdades del pueblo. También era el cronista de la ciudad y, muy especialmente, del barrio. Se sabía toda la vida y milagros de sus habitantes. Para él no había secretos. Sabía muy bien, cosas de su oficio, de qué pie cojeábamos todos.

Naturalmente, alguna vez había que meterlo en vereda y decirle aquello de ,,zapatero a tus zapatos“. Del oficio de zapatero también conservamos el dicho encontrar o hallar la horma de su zapato. Una primera acepción, quizá la menos usada, es encontrar alguien lo que le acomoda, le conviene, o lo que desea. Pero el sentido más corriente de esta expresión es que alguien se tropieza con su igual, con otra persona que tiene su mismo carácter, su mismo genio, es decir con quien se le resiste o se le opone con sus propias mañas, artificios o artimañas.
 
Otro artesano muy familiar de nuestra infancia era el herrero. Afortunadamente, todavía quedan herreros, que hacen primores con el hierro: rejas, candelabros y otros objetos de adorno. Son auténticos artistas. A pesar del avance de los tractores y todoterrenos, todavía quedan en el agro español caballerías que han de ser herradas. Uno de mis entretenimientos favoritos de mi niñez en el pueblo era el de acudir a la fragua a ver cómo fabricaban las herraduras, golpeando el hierro incandescente en el yunque con los gruesos martillos hasta que el trozo informe de metal adquiría su forma. Con qué presteza el herrador, con  su delantal de cuero, ,,afeitaba“ las pezuñas de la bestia con la afilada cuchilla y luego le colocaba las herraduras con unos largos clavos que iba clavando con rápidos, pero certeros martillazos. Me daba lástima el animal, pero me aseguraban que la bestia no sentía nada, pues el clavo no llegaba a la carne. Este era el mérito de la destreza del herrador.
 
La herrería también se llama fragua, aunque la fragua, en principio, es el fogón. Con fragua se ha formado el verbo fraguar, que significa forjar metales. En sentido figurado, como ustedes saben, fraguar es idear, discurrir y trazar la disposición de alguna cosa. Lo dice el diccionario, que además advierte que se usa generalmente en sentido peyorativo. Por ejemplo: fraguar un golpe de Estado.
 
Hay otra expresión en castellano que tiene su origen en la herrería: a machamartillo. Empleamos esta locución para expresar que algo está hecho para que aguante, que dure; está bien hecho, hecho a conciencia. Por extensión, también puede decirse que un maestro le mete las lecciones a sus alumnos a machamartillo, para que no las olviden. Es decir, remachando bien el clavo. Macha viene de macho, que es el tarugo sobre el que descansa el yunque. Un macho era también un martillo grande, con el que se golpeaba los hierros en bruto al rojo vivo. Con el martillo se refinaba después el trabajo.
 
Ya les he hablado de una expresión con herrero: ,,en casa del herrero cuchillo (cuchara, azadón) de palo“, que, como les decía, significa carencia de algo donde por naturaleza no debería esperarse. Exagerando, imagínense a un oculista que fuera miope y no usara gafas.
 
Y para concluir les diré una expresión nacida de un oficio más delicado que el de herrero. Me refiero al sastre. También inolvidables aquellos sastres de nuestra  infancia  que nos  hacian trajes, abrigos o  gabanes que duraban eternamente. Cuando los trajes o los gabanes se nos quedaban cortos  porque habíamos crecido,  solían  heredarlos  los hermanos o  primos  menores.  Eran tiempos  de  penuria.  Pero,  por  otra parte,  tampoco se  estilaba  llevar  los pantalones  con  rotos en  las rodilleras  o  en el  trasero,  como  los jóvenes  de  hoy con sus vaqueros, que lo hacen porque les gusta. El dicho en cuestión, que quizá usted es hayan oído alguna vez, es: "El sastre del Campillo, que cosía de balde y ponía el  hilo".  Alude a alguien que presta un servicio sin obtener beneficio alguno o, incluso, perdiendo dinero. Pues aquel  sastre me resulta  muy simpático.
 
Manuel Moral
 
 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario