miércoles, 6 de diciembre de 2017

TEMA DE HOY: Día de la Constitución






Hoy se celebra en toda España -en Cataluña y el País Vasco no tanto- el Día de la Constitución, nuestra Carta Magna ratificada en referéndum por los españoles tal día como hoy hace 39 años, y que fue el broche de oro de la llamada “Transición” hacia la democracia tras la muerte del dictador Francisco Franco.
 
Si quieren saber más sobre su contenido, les sugiero que den una ojeada a Wikipedia que les ayudará a disipar muchas dudas sobre lo que en ella se establece.
 
Pero antes de detenerme en la Constitución de 1978 me gustaría remontarme a otra que muchos miran con nostalgia. Me estoy refiriendo a la “Pepa”, la efímera Constitución de Cádiz de 1812. Se la llamó así precisamente porque fue promulgada el 19 de marzo, día de San José.
 
Hay mucho mito alrededor de ese hecho histórico que, desgraciadamente, debido, tanto a la particular idiosincrasia de nuestro pueblo como a las especiales circunstancias políticas, no logró cambiar a esta nuestra España como se hubiese merecido.
 
Sin embargo, antes de “la Pepa” existió una Constitución de corte napoleónico mucho más avanzada todavía. Les estoy hablando de la Constitución de Bayona del 8 de julio de 1808, redactada por el propio Napoleón, basada en los principios de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad y avalada por 93 españoles progresistas. Eran los “afrancesados”, los mismos a los que se persiguió con saña cuando el innoble Fernando, tras el fracaso francés de la Guerra de la Independencia, regresó del exilio y accedió al trono con el nombre de Fernando VII.
 
Si pensamos en ese hecho, todavía nos parecerán más chuscos los discursos que hemos oído por boca del Rey emérito, don Juan Carlos, o de su hijo, nuestro actual Rey, don Felipe, alabando las bondades de la Constitución de Cádiz de 1812. Cabe recordar que Sus Majestades, Borbones al fin y al cabo, son descendientes directos del vil Fernando VII, el mismo que derogó “la Pepa” después de apenas dos años de vigencia.
 
Pero volvamos a la Constitución que hoy conmemoramos. Han pasado casi cuatro décadas desde su aprobación en referéndum y parece como si en ese tiempo nuestra Ley Fundamental se hubiese convertido en un dogma inamovible.
 
La España actual precisa de una reforma de su constitución, que los españoles se dieron en 1978 como comienzo de la transición. La transición se hizo en condiciones muy difíciles para la izquierda, por existir todavía los poderes fácticos del franquismo, incluida “la Santa Madre” Iglesia. En estas circunstancias, el rey Juan Carlos, asesorado desde fuera y desde dentro (Torcuato Fernández Miranda) sobre el plan a seguir, hizo posible la “pacífica revolución” con una gran maestría, captándose las simpatías de quienes no podían soportar más la arbitrariedad de un régimen fascista: en primera línea, el capital español que, por culpa del “caudillo” y sus secuaces, veía cerrada las puertas de la a la sazón Comunidad Económica Europea. También volvían preocupados observadores extranjeros, entre ellos de Washington, aún asustados por la “Revolución de los Claveles” en Portugal, donde los comunistas tuvieron al principio mayoría. Los ruegos de la Casa Blanca de que su aliado militar de tapadillo se democratizase, cayeron en saco roto hasta fallecido el dictador (que tanto se añora en el PP que aún conserva símbolos fascistas en lugares públicos (plazas, calles) como el “Valle de los Caídos”, donde están sepultados bajo una losa de varias toneladas,  los restos embalsamados del “Caudillo de España por la Gracia de Dios”.

Lejana está La Transición y sus dos principales artífices, fuera de combate: Adolfo Suárez, bajo tierra, y el Rey Juan Carlos I, jubilado. España, a estas alturas, necesita un cambio profundo, pero manteniendo de momento la función de la Corona como soporte de la convivencia de los españoles.
 
A estas alturas no estaría de más romper el tabú de la reforma constitucional. Mientras que –por poner un ejemplo– la ley fundamental alemana se ha revisado en 53 ocasiones, nuestra Carta Magna de 1978, redactada bajo las particulares circunstancias de la reciente muerte del dictador y con el ruido de sables de algunos sectores del ejército como telón de fondo, se ha quedado obsoleta y requiere ser revisada en algunos aspectos. Hasta ahora, la única reforma ha sido la del Art. 135, con Zapatero todavía al frente del ejecutivo, aprobada por vía rápida con el consenso de PSOE y PP, y que el Partido Popular amplió en varias ocasiones tras su llegada al poder. Una polémica enmienda impuesta por el Banco Central Europeo y la UE para salvaguardar la estabilidad presupuestaria, que únicamente prioriza y beneficia a los bancos, nuestros acreedores. Al PP, desde la impunidad del rodillo de su mayoría absoluta, le sirvió de pretexto para justificar la cadena de recortes sociales, sacrificios y privatizaciones.
 
Reformar la Constitución no va a ser tarea fácil y no sólo por las dificultades a la hora de llegar a un acuerdo sobre las modificaciones. Su artículo 168 obliga a que cualquier revisión de la Carta Magna, total o parcial, que afecte a cuestiones como la Corona, los derechos humanos o la unidad de la nación, tiene que ser aprobada por mayoría de dos tercios de cada Cámara, así como a la posterior disolución de las Cortes. Como punto final, la reforma debe ser aprobada en referéndum popular.
 
Con la fragmentación del mapa político tras las últimas elecciones generales, los recientes sucesos en Cataluña y la aplicación por vez primera del artículo 155 -de forma más bien blandita- para frenar la ilegal Declaración unilateral de Independencia hecha por el President Puigdemont y, habida cuenta del afán de protagonismo reinante, parece casi inviable que dos tercios de los componentes de la Cámara Alta y de la Cámara Baja sean capaces de dejar a un lado sus egoísmos partidistas y personales para ponerse de acuerdo sobre un tema de tanta enjundia, como lo fueron los padres de la Constitución de 1978. Sin olvidar la reacia actitud del PP a cualquier tipo de cambio progresista.

A mi modo de ver, es absolutamente necesaria una reforma profunda de, al menos, los artículos donde la demanda está más generalizada y que se refieren a:
 
- Justicia
- Educación
- Organización territorial

Los dos primeros han sido hasta ahora tabús para el PP debido a sus claros posicionamientos nacionalistas y de índole moral o religiosa. El último, la organización territorial (sistema autonómico o autodeterminación) es en la actualidad, después del aquelarre independentista montado por Puigdemont, un tema muy delicado y que ha levantado ampollas en ambos bandos, el nacionalista catalán y el centralista castellano. Algo que dificulta un nuevo consenso constitucional.
 
Hace poco que Pedro Sánchez logró el compromiso de Rajoy para estudiar una reforma de la Constitución a cambio de que el PSOE apoyara la aplicación del artículo 155 de la Constitución para intervenir la Generalitat de Cataluña.  Sin embargo, ahora parece como si ahora Rajoy estuviese dando largas a su promesa (ver artículo de hoy en El MUNDO siguiendo el vínculo). Y ya hace un par de días que Rajoy avisó de que “la reforma de la Constitución no puede ser un "premio" para los que quieren liquidarla”.
 
Decía Francesc de Carreras, Catedrático de Derecho Internacional de la Universidad de Barcelona, en un artículo de opinión publicado en EL PAÍS el 29.11.2013 titulado “Debe reformarse la Constitución”: Sólo deben hacerse los cambios imprescindibles, y cuantos menos se hagan, mejor”.
 
Estoy totalmente de acuerdo. Pero incluso para esos pocos cambios se necesita mucha generosidad y mucho patriotismo, algo a lo que el PP (aparte de sacar la bandera de España continuamente a pasear) nos tiene poco acostumbrados.
 
Margarita Rey
(utilizando también apuntes de Manuel Moral)
 
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario